Colectivos y Socialismo

Históricamente, los colectivos han sido necesarios para los seres humanos para poder sobrevivir. Efectivamente, en un estado de naturaleza, en el sentido de Hobbes, en una guerra de todos contra todos, es imposible una vida de seguridad y ello implica la incapacidad de crear cultura, de avanzar en términos de cultura y, por lo tanto, de desarrollo de una civilización.

Efectivamente, el colectivo ha hecho mucho por el desarrollo de la humanidad, también desde un punto de vista económico. La persona que vive en colectividad tiene la oportunidad de desarrollar sus particularidades y ponerlas al servicio del colectivo, evitando tener que hacer todas las cosas por sí mismo, incluso aquellas que le resultan desagradables o para las cuales no tiene un talento natural.

Hoy en día, el gran colectivo llamado sociedad está dado, nacemos dentro de él, por ello casi no cuenta frente a otro elemento para el cual los colectivos son útiles, la identificación. Efectivamente, los colectivos son necesarios para el ser humano debido a su necesidad de identificación. La mayoría de las personas necesitan identificarse con algo que consideran superior a él, a quien entregan su propia identidad: una institución, un club de fútbol, una nación, una universidad o colegio, etc. Siempre estamos asociándonos a algún grupo que nos identifica, que nos permite identificar nuestro pensamiento, creencias y nuestras acciones con los pensamientos, creencias y acciones de otros. Esos otros nos validan, nos dan un lugar dentro del colectivo mayor que es la sociedad a la cual pertenecemos. Pero hoy nuestra sociedad la damos por sentada, no parece ser algo que vaya a desaparecer o nos marque efectivamente. Debido a la globalización, ni siquiera la pertenencia a un país determinado parece ser importante, por ello se buscan colectivos más reducidos, más exclusivos, donde nosotros y sólo unos pocos más puedan pertenecer. Ser “ciudadano del mundo” es un bonito sentimiento, pero no satisface a nadie. Se trata de un colectivo al que todos pertenecen y por tanto no hay “un otro”. Ello significa que realmente no nos identifica, por lo tanto, no sirve.

Esa necesidad de identificación parte desde la niñez, cuando nos identificamos con la familia, no somos nosotros los que valemos, sino que esos otros que forman el grupo al cual pertenecemos: “Mi mamá es más inteligente que la tuya”, “mi papá tiene más fuerza que el tuyo”. La constatación de nuestra debilidad ante los demás nos hace buscar rápidamente la identidad con algún grupo que nos dé la fuerza que individualmente no tenemos.

Después de la familia aparecen colectivos más numerosos, con más integrantes, y por ello mismo, con más poder. Los clubes deportivos son uno de los colectivos más usuales en nuestra juventud. También pueden aparecer grupos más pequeños tales como los colectivos urbanos que vemos pulular en nuestras sociedades. Muchas veces no importa cuál es el motivo por el cual existen esos colectivos o lo que creen o propugnan. De hecho, nadie podría decir el porqué pertenece a este o a este otro club, lo que realmente importa es la pertenencia. De hecho, hay personas que pueden pertenecer a más de un grupo, cuyos principios no tienen porqué tener coherencia entre ellos.

Mientras más vinculadas están las personas con los colectivos, más dependen de su existencia y más fanáticos se convertirán. Ese fanatismo puede llegar al borde del paroxismo y la negación de la realidad: “No fue gol, la pelota no entró”; no importa lo que la imagen de televisión muestre, siempre habrá una explicación y la culpa siempre será de otro, un otro que no pertenece a nuestro grupo. El fanatismo no es más que la demostración de que el objetivo de vida de la persona depende del éxito del colectivo, de la supervivencia de éste, hemos reemplazado nuestra individualidad, la cual se ha fundido en una súper individualidad que es la del colectivo.

Los colectivos tienden a ser totalitarios: “nosotros somos los buenos, los que tenemos razón, los que conocen la Verdad”. Así clama el colectivo y exige la defensa de su existencia y de su superioridad por parte de sus miembros. ¿Cómo es posible si no, que personas totalmente razonables, amigos incluso en otra situación, lleguen a los golpes por la única razón de que sus colectivos entran en conflicto? Por otro lado, los colectivos son crueles y vengativos con quienes los traicionan y abandonan; el individuo que abandona el colectivo queda indefenso, es objeto de escarnio, de abandono. En situaciones extremas, el abandono de un colectivo se puede llegar a pagar con la vida, como es el caso de bandas de delincuentes y narcotraficantes. Conocida es la suerte de quienes traicionan a la “familia” en el mundo de las mafias.

En el mundo de hoy, pero no sólo en el mundo de hoy, está muy de moda el tribalismo. La separación de la sociedad en grupos con quienes identificarse. Estos grupos pueden rápidamente entrar en conflicto y, entonces, el colectivo entra en “guerra” con los demás, con lo cual entran en “guerra” todos sus miembros. Entonces ya no vemos personas, vemos miembros de otros colectivos, los cuales pueden ser aliados o enemigos.

Lo más grave es la desaparición de las personas y la aparición del “miembro”, marcado por la pertenencia a tal o cual grupo. Los juicios y valoraciones ya no le pertenecen al individuo, sino que son guiados por lo que su grupo de pertenencia dicta, no importa cuánta verdad o falsedad exista en las argumentaciones. Entra a jugar el relato del colectivo y no la valoración personal. Por otro lado, el miembro de otro grupo se transforma en un “otro”, que no pertenece a mi colectivo, se pierde la identidad de la persona, el individuo, con todo su valor humano, el individuo simplemente desaparece.

Hoy están en boga las leyes de cuotas, cuotas para mujeres, cuotas para pueblos originarios. Las cuotas son una negación de la dignidad de la persona. Al establecerlas, estamos suponiendo que no importa la persona, lo que importa es la pertenencia a un colectivo, que un miembro es totalmente reemplazable por otro. Se establece que la única marca identificatoria es la calidad de miembro de este o aquel grupo. ¿Todas las mujeres son iguales? ¿Todas piensan de la misma forma o con las mismas bases? Si así fuese, se comprendería la ley de cuotas, pero ello es empíricamente falso. Por ejemplo, claramente existen mujeres socialistas y mujeres liberales, ambas son muy distintas en sus concepciones. Evidentemente no es lo mismo una que otra en un cuerpo colegiado, los resultados serán muy distintos.

El porqué se produce este tribalismo es un problema a descubrir, pero sin duda que la globalidad tiene algo que ver. Al desaparecer las identificaciones locales, las identificaciones humanamente manejables, debido a la “ciudadanía planetaria”, más se buscan identidades de reemplazo. Esta gente, ansiosa de identidad, está dispuesta a identificarse con el grupo o idea que esté más cerca, lo cual es claramente un peligro para la libertad ya que hay grupos de interés que buscan profitar de esta necesidad en beneficio de fuerzas claramente totalitarias. Pero tal vez uno de los elementos más interesantes de este tribalismo es que si se lograse una pertenencia universal, una especie de “ciudadanía del mundo”, como muchas veces se llama, ello implicaría que no habría “un otro”, un “culpable” de nuestras desgracias, un “distinto y desconocido” en el que pudiésemos descargar nuestras rabias sin quebrantar el tabú de atacar a uno de nuestro grupo.

Todos los seres humanos somos iguales en derecho. ¿De dónde viene esa idea? La verdad es que no tenemos razones para afirmarlo más que nuestro propio desconocimiento sobre qué es el hombre. Ese desconocimiento hace que no tengamos motivo para tratar a unos distintos de otros. Sin embargo, todos somos distintos. No importa la razón, si es genética, social, real o construida. Somos distintos y eso significa que la mejor sociedad es aquella que le permite a cada uno desarrollarse a plenitud en su realidad personal, en el entendido que para que todos permanezcamos en paz, la paz que nos permite ese desarrollo, debemos respetarnos los unos a los otros en nuestros proyectos de vida. Pero la individualidad es cara, es molesta. ¿Quién quiere hacerse cargo de su propio destino?

Por ello, todo colectivismo es violento ya que trata de igualar lo que no es igualable. Nótese que hablo de colectivismo, no de colectivo. Claro, el club de ajedrez de los vecinos de la villa no es violento porque no pretende tener verdades reveladas ni es un fin en sí mismo. Pero cuando el colectivo se vuelve un objetivo de vida, un poder totalitario sobre los individuos, que les impone lo que deben pensar, comer, vestir, entonces se vuelve violento y atenta contra las personas con el derecho que les da su misma existencia.

El socialismo: la versión política del colectivo

El socialismo, como todo colectivo, tiene una gran ventaja sobre otras doctrinas. Efectivamente, los socialistas prometen cosas soñadas y deseadas por todos, cosas etéreas, que se piensa que están al alcance de la mano, que basta la voluntad para hacerlas realidad, promete una identificación con el pobre, con el marginado, haciendo un llamado a los sentimientos de solidaridad que todos quisieran poner en práctica, pero a través de un colectivo, no individualmente. Todos quieren ayudar, pero no tener la ingrata tarea de hacerlo personalmente. Ello es siempre más atractivo que ofrecer oportunidades virtuales que tenemos que crear con nuestras manos.. Además, esas oportunidades implican que deberemos tomar responsabilidad personal y emprender tareas que serán, sin lugar a dudas, al menos molestas. ¿Quién quiere asumir responsabilidades, ya sean por uno o por otros?

Es interesante recordar la historia que narra Iván Fiodoróvich Karamazov a su hermano Aliosha en la novela de Dostoievsky “Los hermanos Karamázov”. En ese relato, un obispo toma prisionero a Dios, que había venido a la Tierra y había comenzado a hacer milagros. El obispo lo increpa, básicamente porque Dios ya no tiene nada que hacer en el mundo, el Estado de la Iglesia lo entrega todo, no hay lugar para el individuo. Se hace referencia también a la tentación demoníaca que sufre Jesús en el desierto: Él, al rechazar la tentación de convertir las piedras en pan, perdió la oportunidad de tener seguidores. Dios se rehúsa al truco para conseguir seguidores. Pero ¿Qué pueblo va a seguir a un dios que no hace milagros? Cuando no los hace, sus sacerdotes los inventan para congregar a la gente. El socialismo también hace milagros…”hasta que se acaba el dinero”, como decía Margaret Thatcher, pero eso no importa, esa desgracia pertenece a un mañana…ya veremos cómo nos arreglamos.

Claro, se entiende de la frase “no sólo de pan vive el hombre”, que Dios no quiere que la gente lo siga por los milagros, sino que por la Fé, libremente, no condicionada por beneficios fundamentales, pero transitorios y que en el fondo no hacen más que sojuzgar a los individuos a un poder externo a sí mismos. Dios quiere que seamos libres ¿No es acaso un tipo de esclavitud el hecho de que personas adultas, capaces de sostenerse a través de sus capacidades, se transformen en receptores pasivos de los dones que un poder externo les entrega? ¿No genera, acaso, un poder cada vez mayor que no hará más que crecer?

Pero siendo realista, la gente entrega gustosa su libertad por un poco de pan. Las masas son concretas, no quieren libertad, no sabrían qué hacer con ella. En cambio el pan es un objeto concreto del cual sí se puede gozar. La libertad es molesta porque, con ella en nuestras manos, tendremos que asumir nuestro propio destino, tendremos que decidir quiénes somos, tendremos que conseguir nuestro pan. Se trata de un concepto muy engañoso, todos piden libertad, pero en realidad nadie la quiere porque trae aparejada la responsabilidad de los propios destinos.

Un poco de pan, el mismo que un día se acabará, porque nadie pensó en cómo producirlo, en Utopía vamos a ser todos felices, sin esfuerzo. Cuando la gente ya no recibe el pan, el “milagro” prometido, se rebela. Pero ya es muy tarde, el colectivo socialista ya está instalado y su doctrina, su hegemonía, abarca todos los detalles de la vida, el individuo ya no existe.

El socialismo ama al “hombre”, propugna el “hombre nuevo” (perdón a las feministas pero el feminismo es una tendencia nueva y acomodaticia del socialismo). Sin embargo ese amor es amor a un hombre inexistente, es amor a una idea, no a las personas reales. El socialismo, como todo colectivo, se preocupa de la entelequia, no de la realidad. Por ello, el socialismo pretende beneficiar a ese hombre (y mujer), inexistente, pero meta e ideal de su doctrina. Las personas reales son desechables, son los medios para esa magna construcción que vendrá algún día, que está siempre en construcción porque ningún ideal es alcanzable, si lo fuera, ya no sería ideal.

Al ser la versión política del colectivismo, el socialismo logra penetrar todas los planos de los seres humanos a los que impone su doctrina, ésa es la concepción del totalitarismo que impone. Ello va construyendo seres estancados en una imagen dictada por la autoridad, por el nuevo dios que es el estado. Cada persona se va pareciendo más y más a aquellas estatuas que llenan las vías públicas de las sociedades socialista, rígida, con ojos vacíos, sin pasado ni futuro, sin más ambición que ser un miembro útil al colectivo, con el ligero sentimiento que lo lleva a comportarse para no dejar de respirar, ya no de desaparecer porque, en realidad, ya no existe como individuo.

La sociedad colectivista crea al último hombre, al más feo de los hombres, aquél que como dice Nietzsche “ha encontrado la felicidad y entorna los ojos”, que se frota contra sus semejantes porque necesita calor. Ese hombre ya no puede crear, porque es necesario tener un caos, una estrella danzarina en el alma para poder crear (una vez más parafraseando a Nietzsche). Ésta es la verdadera razón de porqué las sociedades socialistas se estancan y cuando caen no dejan nada, excepto despojos, detrás de ellos. Son como cadáveres que se van descomponiendo sin esperanza y que aparentan vida, pero son sólo reflejos de una vida que ya no existe.. No pueden compararse con las grandes sociedades libres que nos han heredado ideas, filosofía, metafísica, tecnología, espíritu.

Comentarios Facebook

Artículos relacionados

Respuestas

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

  1. Hola
    no tengo correo de ustedes, escribo por aquí y espero que me lean🙏🙏 estoy desde hace tiempo en patreon, ni idea de la clave… significa que no puedo escuchar como “mecenas”, como ustedes graciosamente ponen
    me ayudas?
    gracias ☺️

  2. Encuentro curioso, como familias cuyos padres generalmente son socialistas, crian a sus hijos con ideas de la libertad de forma natural, “tienes que ser tu mismo”, “no le hagas caso a lo que los demas digan”, “piensa por ti mismo antes de actuar”.
    Acaso no todo padre quiere ver el desarrollo personal de sus hijos? Estimulando sus habilidades, sin ponerles límite al desarrollo de sus talentos?.
    O es que acaso llegan a un punto en que aquellos padres dicen “hasta aqui nomas puedes llegar hijo, órdenes del amado lider”.