El “buenismo” de Edwards

Sebastián Edwards, economista y escritor de ficción, no hace mucho ofreció sus pensamientos acerca de lo que llamó el “buenismo”, modo compasivo y delicado para describir el tsunami que inunda y arrastra en un torrente los espacios públicos en los que otrora circulaba siquiera un remedo de pensamiento.

Más particularmente Edwards se refirió a los jóvenes
revolucionarios que surfean alegremente sobre esa ola y que además lo
hacen con inverosímil arrogancia; del primero al último, desde meros y
anónimos escolares hasta figurillas del Congreso, dichos jinetes parecen
creer que son titulares de la “verdad” e intentan imponerla celosa,
rabiosamente. Edwards les reprocha que en el cumplimiento de esa labor de
adoctrinamiento universal razonan ilógicamente, hacen mal uso de los datos
si acaso se molestan en buscar algunos, priorizan deseos y sentimientos
pueriles y de todos los modos posibles contribuyen al clima de escasa
reflexión y excesiva emoción que prospera en todos los ámbitos del país.

La reacción de los feligreses del progresismo fue inmediata. Una señora o
señorita Muñoz saltó a la palestra en un difundido WhatsApp acusando a
Edwards de utilizar a niños y niñas para criticar a otros y demostrando falta
de respeto para con “un grupo de la población que tiene bastante que
enseñarnos”. Sin saberlo, Madame Muñoz dio una pequeña pero contundente
prueba de cuán cierto es lo dicho y/o implicado por el columnista acerca de
las dotes intelectuales de ese sector porque en verdad no se requieren los
talentos de un lingüista o egiptólogo para percatarse que Edwards no usa en
la columna “a los niños para atacar a otros”, sino, si acaso “ataca” a alguien,
es derechamente a los particulares nenes del FA a quienes otros jóvenes y
parte de la población adulta igualmente dada al “buenismo” pusieron en el
Congreso, a veces con media docena de votos. Todo indica que Madame, al
parecer empapada de buenismo, no entendió lo que leía. No hay nada de
original o asombroso en dicha incomprensión; la dama claramente es
miembro de “un grupo de la población” de todas las edades que no ha dado
muchas muestras de percepción, intelección y reflexión. En cuanto a qué
pueda enseñarnos el segmento etario que ella reivindica, no se sabe si
incluye en él sólo a los “chiquillos” del FA o a todos en general y qué sería lo
que enseñan. Muñoz no lo explicó. ¿Incluye su buenismo juvenil a la abuelita
Pamela Giles, al genio Florcita Motuda bien entrado ya en la sesentena y a
ex humanistas conservados en alcohol? Esperamos también explicaciones de
la Muñoz acerca de las enseñanzas que nos están dando.

En realidad el pecado de Edwards fue ser, él mismo, víctima del “buenismo”.
Quizás debió usar términos bastante más duros y expresivos para referirse
al modo de pensar de dicho sector. Por otra parte tal vez debió concentrar
sus fuegos en quienes apoyaron, avalaron, eligieron y siguen venerando a
esa horda de adolescentes malcriados que tras la lectura de media docena
de panfletos creen poseer los secretos del universo. Los adolescentes,
jóvenes y aun adultos de medianas luces son una constante de la historia
humana; lo que es variable es que se les de o no oportunidad para
encaramarse al poder y legislar. En sociedades sanas la arrogancia juvenil es
sencillamente objeto de cierta mofa a veces abierta y a veces disimulada. No
se les da pelota. Se les deja hervir a fuego lento en sus círculos de amigos,
en sus fiestas, en sus “peñas” literarias, en sus juntas solemnes. Quienes
han de ser reprochados por su “buenismo” son los adultos y hasta mayores
que cayeron redondos en la vieja trampa del “idealismo juvenil”, esa mirada
cándida y totalmente falsa que adscribe automáticamente a la poca edad las
virtudes teologales que se encierran en el vocablo “idealismo”.

“Idealismo” es palabra muy sospechosa por el uso abusivo que se ha hecho
de ella. Se asume automática, irreflexivamente, que morar en el ámbito de
los clichés y las convocatorias es habitar en el reino de las ideas, para luego
asumirse que estas, per se, son siempre buenas, adecuadas, limpias,
virtuosas, incontaminadas. Nada más torpe que creer en tales cosas. Las
ideas pueden ser no sólo malas ideas sino malignas. El “Mein Kampft” de
Hitler está repleto de “ideas”. El “Libro Rojo” de Mao está lleno de ideas. La
cabeza de Stalin, el más grande asesino en serie de todos los tiempos,
estaba siempre llena de ideas. Es el autor de la siguiente idea: “La muerte
de una personas es una tragedia; la de miles es sólo estadísticas…”

No hay nada positivo en el “idealismo” del FA. Son ideas viejas, obsoletas,
probadamente falsas y dañinas. Tampoco su idealismo equivale a la pureza
de los métodos. Han probado suficientemente que no es el caso. No
demoraron mucho en caer en las mismas prácticas que criticaban con pasión
cuando eran candidatos. Una cosa es ofrecer como programa una
“renovación de la política” y otra muy distinta hacerlo cuando ya se ha sido
elegido con ese lema. Los “buenistas” no son ni muy inteligentes ni muy
puros, pero sí muy ruidosos y muy deletéreos en sus iniciativas políticas.
Hoy, ya de frentón aliados con el PC, han finalmente mostrado su cara y no
es precisamente la rozagante de un nene.

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