Rabia, Resentimiento, Revolución…

Vivimos una época en la que predominan las tres R aludidas en el título. No es la primera vez ni será la última que suceda, como no ha sido, es ni será Chile la única sociedad donde ocurra. Es un fenómeno reiterado, cíclico, que opera más o menos al ritmo del recambio generacional. Cada 25 a 35 años inevitablemente surge una masa sustantiva de ciudadanos descontentos deseosos de cambiarlo todo, derribarlo todo, que lo desdeñan, desprecian y detestan todo; son los miembros de aquella parte de la generación que llegada su adultez no ha logrado las metas con las cuales fantasearon durante su niñez y adolescencia. No importa si nacieron y se criaron en condiciones relativamente prósperas; de hecho son estas condiciones favorables las que hacen posible el surgimiento de aspiraciones eventualmente frustradas, no los períodos de una pobreza tal que no deje espacio para ellas. Aunque la mayoría de los miembros de la generación previa –sus padres y quizás abuelos– han sufrido el mismo destino insatisfactorio, ya no están tan activos en sus posturas políticas o en sus actitudes psicológicas de rechazo; se resignaron a su suerte o se acomodaron por gusto o a la fuerza a las circunstancias de su vida y por tanto perdieron toda capacidad para convertir su relativa o absoluta derrota en resentimiento, su resentimiento en rabia y la rabia en “revolución”. Así sucede entonces que los períodos “ de paz” de una sociedad son los lapsos que transcurren entre el momento cuando los “perdedores” de la generación previa llegaron a una edad de quietud y el momento cuando quienes vienen en su reemplazo aun son demasiado jóvenes y entonces no han llegado a la edad y situaciones en las que se experimentan derrotas y se crean rabias.
Dichos períodos tranquilos no duran más de 30 años, salvo circunstancias especiales que los prolonguen algo más; hay regímenes que no permiten a los resentidos y enrabiados celebrar su última transformación “espiritual” para convertirse en revolucionarios o rebeldes. En una sociedad autoritaria las rebeliones abiertas de individuos o pequeños grupos son reprimidas en capullo, por lo que sólo queda espacio para el rezongo y el “samizdat”. No hay espacio comunicacional para que los descontentos se percaten de su propio número, de que son muchos quienes, aunque llamados al éxito, no lo lograron; no hay entonces condiciones para congregar a los heridos del alma, urdir doctrinas conjuntas, divulgar el evangelio y entrar en acción, o bien no parecen ser suficientes para atreverse a intentarlo. En casos así los descontentos quedan limitados a representar el doloroso y estéril papel del rebelde individual, del disconforme que lo rechaza todo y se enrabia con todos en su circulo íntimo, a la formación de minúsculos cenáculos de disidentes y quejicosos, a la opción de convertirse en “intelectuales” o artistas alternativos o, los más, simplemente a desarrollar toda laya de comportamientos neuróticos. Es la clase de gente irascible y amargada que tanto en sus actos como en sus palabras vemos descargando toda la vida sus rabias y frustraciones en ámbitos familiares y en el trabajo.
En el caso de la generación de recambio de Chile, la vigente en este momento, la constituida por personas nacidas entre los años 85 y 95 -quizás podría agregarse a los “milenials”–, les tocó criarse en un medio relativamente próspero que les permitió aprovechar un nivel de vida desconocido por sus antepasados. Tuvieron acceso a mucho más y a veces a todo, pero eso mismo hizo posible un crecimiento geométrico de sus aspiraciones. Eso, inevitablemente, termina por entrar en contradicción con las medianas y a veces hasta nulas capacidades de muchos de los aspirantes. El predominio de la incapacidad en comparación a las elevadas exigencias o requisitos de las metas es una fatalidad inexorable. Muchos de esos jóvenes soñadores – como en el poema de Gabriela Mistral, “todos querían ser reinas”– vieron frustrados sus sueños y no aceptando sus limitaciones o falencias -que son, en muchos casos, la causa de sus fracasos y no “la sociedad”– proyectaron la culpa al mundo durante el proceso penoso en que se fueron convirtiendo en adultos jóvenes con vidas, profesiones y destinos mediocres. La mayor parte de ellos de seguro obtuvieron beneficios superiores a los de sus antepasados, pero siempre muy inferiores a los ideados en sus ambiciones.
Personas de ese cariz son, hoy, buena parte de los miembros de la militancia progresista. Con el curso de los años la desnudez personal de sus frustraciones y rencores se ha ido revistiendo con una caparazón ideológica-valórica y colectiva que por medios no muy sutiles desplaza sus desaciertos o incapacidades a las condiciones diabólicas “del sistema”. Como dijo una señora de no muchas luces y claramente perteneciente al batallón de las mujeres populares con cuentas por saldar, “el modelo está haciendo agonizar al pueblo”. No es difícil detectar a ciudadanos (as) de esa categoría en los batallones de los grupos de extrema izquierda, en feligreses de algunas o todas las versiones del discurso políticamente correcto, en los adolescentes que profesan el nihilismo, en los anarquistas que emergen de sus sótanos tribales a dar rienda suelta al vandalismo, en colegiales y en estudiantes universitarios de carreras mediocres que adivinan ya las oscuras vidas que les esperan, en adultos madurones que nunca lograron destacar en nada y desean propinarle la última patada posible “al modelo”, en mujeres de vidas difíciles, en profesionales y profesores al tres y al cuatro y una larga lista de gentes tristes, derrotadas, enojadas y deseosas de redimirse proyectándolo todo hacia fuera, hacia el injusto mundo que ellos, los desposeídos de todo, van a curar.
Indudablemente una perfecta descripción del fenómeno de los “enrabiados”.
Supongo, que, como usted ha dicho varias veces, el mismo clima y desconcierto se habrá vivido en todas y cada una de las revoluciones a partir de la Francesa, pero veo con desconcierto que cada vez más los enrabiados conforman una subespecie que aceleradamente está transformándose en la peor variante de zombies.
Yo soy de aquella generación, tuve una infancia con todo lo necesario y mas, cuando salí al mundo laboral, me di cuenta lo mucho que costaban las cosas al querer obtener ese nivel de vida acomodado que tuve cuando niño, por primera vez llegue a admirar a mi padre, quien a pesar de nuestra distancia y sus años, seguia progresando por su cuenta. Recuerdo haberle preguntado “Como lo lograste?”, si hubo alguna respuesta, no la recuerdo ya.
Varios de mis amigos son semi-militantes de este “pensamiento” de querer quemarlo todo, ya sea por un post en las redes sociales o directamente.
No logro comprender esa actitud excepto por lo descrito en este artículo, si bien, creo que la gran mayoria se encuentra en una situación presente mejor que la pasada pero parece ser….”insuficiente!”.
Soy del año 90, y mis padres nacieron en los años 40. Si bien mi madre me dio todo, igual que a mis hermanos, nunca nos dijo que odiáramos al que tenía más o le iba mejor. Nos decía que debíamos estudiar y trabajar para ser mejor que ella. Y logramos todos ser mejores que nuestros padres, gracias a este modelo, que es el que ha funcionado en todas partes. Da rabia el ver a mi generación pensando que las cosas caen del cielo, y no mueven ningún dedo en crear algo o estudiar. Esperemos que esta fiebre pase, porque resulta bastante desagradable, porque uno les hace ver la realidad, y es objeto de funas o te eliminan de sus vidas
Estimado, si bien comparto plenamente lo que indica, me permito agregar un factor, a mi juicio, tan relevante como el que usted menciona: la pasividad y “flojera” de los padres de estas generaciones “enrabiadas”. Nos acostumbramos a darles “cosas” a nuestros hijos, y delegamos la educación completa, incluidos los aspectos más relevantes de un ser humano, como los valores y actitudes frente a la vida, a escuelas y colegios, donde lo primordial no es enseñar, sino conseguir que los “niños”, saquen buenas notas, bajando el nivel de enseñanza y exigencia si es necesario. Los padres (y para no ser sexista, me refiero a ambos géneros, padre y madre, no se cual sería la palabra “ambigua” equivalente, ¿quizás “padros”?) se han convertido en proveedores, solamente eso, inmersos en un mundo de consumismo y una vorágine de exitismo que no nos deja espacio ni tiempo para cumplir un rol relevante en la vida de nuestros hijos. He leído los otros comentarios y veo que aún existen familias que si se dan el tiempo de criar como se debe a sus hijos, y eso no implica acceso a riqueza y comodidades, sino a formas de enfrentar la vida, lo que forja el carácter, lo que hace a un hombre o mujer íntegro, y de ese escaso grupo de personas íntegras deberían surgir nuestros líderes (frase que encuentro muy asertiva, sacada de una película, “Perfume de Mujer”, se la recomiendo). Por lo mismo, no tenemos líderes ahora, sólo caricaturas haciendo morisquetas en televisión. Sumado a todo esto, la cultura de lo desechable, ya no sólo las cosas materiales duran poco, los afectos duran poco, las lealtades duran poco, los matrimonios duran poco, los respetos duran poco. En un mundo así, es difícil poder tener buenas expectativas, pero ahí retomo la formación de los padres, el saber salir adelante, el levantar cabeza, el premio al esfuerzo, la tolerancia, el respeto, la lealtad, la integridad, la honestidad, el amor a tu familia, todas cosas que antes se aprendían en casa, en el hogar, en la familia, con el ejemplo de nuestros padres, eso se perdió, y ahora con suerte los “niños” ven a sus padres unos minutos al día, y tienen de ejemplo de vida a los protagonistas de “Rápidos y Furiosos”, rodeados de adrenalina, lujos, hombres y mujeres que brillan por su atractivo físico, y también drogas, violencia, sexo desenfrenado y un escaso respeto por la vida. La “revolución” de aquellos con pocas luces, sumado a una escasa educación valórica, y con ejemplos de vida sacados de películas violentas, es inevitable.. Retomar una senda adecuada, crecimiento, equilibrio, mejoramiento social, tomará tiempo, y muchos esfuerzos, sacrificios y dolores, nadie quiere asumir ese reto, no hay líderes con esa fortaleza, solo “monitos animados” haciendo “gracias” para su público. Nos hace falta un Churchill que nos diga claramente que tendremos sangre sudor y lágrimas hasta retomar el camino adecuado.
Así es, soy abuela, italiana, nacida en las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Emigrante a Chile luego da esa guerra. Mi padre siempre me dijo” estudia, sé profesional, entrega a Chile, lo mejor que puedas, con trabajo incansable, deja bien puesto tu apellido, que no es de sangre azul . Ama a este país, sus montañas, su mar…y su linda gente. He trabajado y me he sacado la C…soy profesional, químico farmacéutico y cuando me dieron un premio como profesional distinguido por el Colegio de QF, agradecí con humildad, pero me dirigí a mi nieta y le dije K, esto no es por mi inteligencia, es por mi perseverancia y duro trabajo. Se perseverante, trabaja duro , dormirás tranquila. No me olvides!!!. Este año se recibe de la universidad, trabaja además, tuvo beca por excelencia aunque sus padres tienen una muy buena situación, nada le dan en bandeja, lo que tienen es por su incansable trabajo y son ambos ingenieros. Jóvenes: querer es poder. No pierdan su tiempo deseando más de lo que tienen, si lo quieren, trabajen, sin odios a los que ya lo lograron. Animo, es el trabajo una virtud. Los quiere mucho una abuela y les deseo lo mejor. Consejos de una abuela, tal vez un poco anticuada…