Sobre la discusión tributaria y algo más…

En las discusiones tributarias que se registran en todas las sociedades del mundo, desde lo tiempos más remotos, se suele pasar por alto al menos dos factores que, no obstante su evidente obviedad, se suelen mantener maliciosamente ocultas y que conviene recordar de vez en cuando.
El primero, es que estamos frente a un tema básicamente político. Dicho en forma grosera, las constituciones de los países se estructuran de acuerdo a los poderes que presentan los distintos sectores en pugna. Cuando las fuerza de uno de ellos es incontrarrestable, lo más probable es que se configure una dictadura, donde el grupo dominante impone sus condiciones sin apelación posible. Las democracias, presentan poderes más o menos equilibrados. Los diversos regímenes de mandato que presenta la historia de las naciones, responden a la acomodación de las fuerzas que se enfrentan. Si no hay acomodo, hay crisis, las cuales se resuelven según los términos de los bandos ganadores. Y si usted se fija, las políticas tributarias se han movido, cambiado y reformado al compás de las distintas estructuras de poder que se van configurando con el paso del tiempo. Es decir, los impuestos bailan al ritmo de la música que ponen los que tienen mayor poder político. Es por esto mismo, que constituye una ilusión esperar que se llegue en algún momento a un marco impositivo estable y duradero, como reclaman algunos.
Aterrizando el tema, pero siempre enmarcado según los poderes en juego en una determinada coyuntura histórica, imaginemos una situación como la siguiente: vemos al ministro Colbert, de Luis XIV, en serios problemas para solucionar urgentes dificultades de la caja fiscal. La plata no alcanza. ¿Qué hacer? Lo que es corriente escuchar de boca de estos dignatarios, de todos los tiempos, es: “Yo no soy mago. En esto no hay milagros. Lo que hay, es lo que hay. Si alguien me dice qué hacer, de adónde sacar más plata, bienvenido”. Ese alguien se presenta y le dice: “Señor Colbert, porqué no le pone un impuesto a los ingresos de la nobleza y del clero. Esos sectores podrían colaborar por el bien del país”.
“Cierto -dice Colbert-, esa sería la solución. Pero, no está en mis manos recurrir a esa alternativa. Yo tengo que jugar con las cartas que me fueron entregadas, entre las cuales no está esa posibilidad. Lo que ustedes tendrías que hacer es presentar esta propuesta a Su Majestad, porque se trata de una materia netamente política”.
¡Un impuesto a la nobleza y al clero! -exclama Luis XIV, cuando Colbert le da a conocer la idea de los imaginativos-, esos gallos están locos. Usted, Colbert, no es consciente del tsunami político que se me vendría encima si adoptara tal medida. No, arrégleselas como pueda con lo que tiene. Olvídese de esa locura. No estoy dispuesto a enfrentar otro “frondazo”. Entonces, claro, cobra sentido el “yo no soy mago” del ministro.
Política, es decir, poder. En una de sus acepciones, política significa el manejo inteligente del poder que se tiene. Los líderes sociales exitosos, son aquellos que articulan de manera inteligente el poder que manejan, con las aspiraciones u objetivos que pretenden. Esa ecuación es difícil de equilibrar en sus justos términos, de acuerdo al devenir del quehacer político, que cambia día a día. A veces, los dirigentes creen tener más poder del que realmente tienen, e impulsan iniciativas que son finalmente aplastadas por sus opositores, más poderosos, pagando su desacierto con la cárcel, el destierro o la guillotina. En fin, las combinaciones entre poder y pretensiones, son infinitas.
De paso, dicha argumentación sirve para desvirtuar las críticas que se han formulado a la ex presidente Bachelet, de que traicionó sus promesas y no avanzó, como dijo, en concretar cambios más profundos en las áreas de salud, educación y previsión, entre otras. Cuando se dice “otras cosa es con guitarra”, en el fondo se está apuntando a ver qué va a pasar cuando se pase a los discursos de campaña al ejercicio del poder que se tiene. Pues bien, claramente Bachelet y su gobierno no tuvieron el poder suficiente, aunque sí las ganas, para aplicar a fondo lo que prometieron. Sencillamente no se pudo, dada la correlación de fuerzas existentes en la lisa del acaecer político del tiempo que le correspondió gobernar.
Ahora, volvamos al presente y entremos a la oficina de actual ministro de Hacienda, Felipe Larraín, donde nos encontramos con los descendientes de los creativos que conversaron con el ministro Colbert. “Ministro -le dicen- la solución a sus problemas de caja está en aplicar un impuesto al patrimonio del 1% de la población más rica de Chile o, como dijo recientemente el más alto dirigente empresarial, al ingreso de los dueños de las principales empresas del país”.
“Excelente idea”, contesta Larraín, y al igual que Colbert siglos antes, agrega: “el problema es que esa posibilidad no está entre las cartas que se me dieron para jugar. Ustedes lo que tiene que hacer es ir a La Moneda y planteársela al Presidente Piñera, porque tal ocurrencia entra de lleno en el ámbito político, que escapa a mis competencias”. Piñera los escucha con atención, toma nota, y les comunica que analizará y evaluará en su mérito la propuesta.
“Oye Felipe, de adonde salieron estos Einstein tributarios. Tu te das cuenta que al implementar una medida de ese tipo me caerían encima la UDI, RN, la Confederación de la Producción y del Comercio, la Sociedad de Fomento Fabril, la Sociedad Nacional de Minería, la Cámara Nacional de Comercio, la Sociedad Nacional de Agricultura, Asimet, etc, etc. Además, yo tampoco comparto la iniciativa, porque tu y yo estamos entre ese 1%”. Política e intereses. A veces se tiene las ganas y no el poder y a veces el poder y no las ganas, como en este caso. Así que cuando usted escuche al ministro decir que él no es mago y que la administración de la finanzas públicas no se manejan con magia, no le crea, porque no es cierto. En Chile hay suficiente riqueza, injustamente distribuida, susceptible de emplear a favor de los sectores más desposeídos. Qué se hace con esa riqueza es un asunto netamente político, no financiero.
Pero existe otra realidad, que aunque también reviste fuertes características de obviedad, no deja de pasar desapercibida en la discusiones tributarias. Un padre de familia no tiene los recursos suficientes para educar a sus tres hijos. Solo le alcanza para dos. El tercero sacrificado, ¿está o no haciendo un aporte financiero para salvar la situación? Claro que sí. Si el postergado reclamara, el jefe de familia tendría que barajar de otra manera sus recursos. El ejemplo no es bueno si se hace extensivo al caso de una sociedad como la chilena, porque a diferencia de nuestro padre, que efectivamente no tiene a dónde recurrir para incrementar sus ingresos, Chile sí los tiene. En el caso de nuestro país el hijo postergado que finalmente acepta hacer su aporte económico para que sus otros dos hermanos estudien, representa la realidad de todos nuestros compatriotas que han debido a lo largo de la historia soportar condiciones de extrema pobreza, para que los sectores privilegiados pudieran mantener sus extravagantes niveles de vida. Porque es evidente que la única forma que existía para, no digamos solucionar, sino para aliviar el sufrimiento que implica el carecer prácticamente de todo, era que los ricos metieran las manos a sus opulentos bolsillos para solventar los gastos de medidas de alcance social. Recién, a mediados de la primera mitad del siglo XX, se instauró en Chile el impuesto a la renta. El aporte financiero que han hecho con sus privaciones la mayoría de los chilenos es inconmensurable. Un sangrante botón de muestra puede servir de ejemplo. A principios del siglo pasado Chile exhibía una de las más altas tasas de mortalidad infantil del mundo, en medio de la más despreciable actitud de las clases gobernantes de la época, que negaban incluso la existencia de lo que en su memento de llamó “la cuestión social”. Los pobres, en definida, han sido los mayores contribuyentes de Chile.
Atacar a los “ricos” termina siempre convirtiéndose en un ataque a la riqueza, y atacar la riqueza es lo contrario de acabar con la pobreza, si no fuera así todos los regímenes que convirtieron a los ricos en blanco habrían solucionado el problema de la pobreza, por el contrario lo que resultó de ese ataque fue que la pobreza aumentó, se esparció a todos los sectores de la población, se “democratizó”. El problema de la pobreza se soluciona creando riqueza (creciendo), aún cuando haya que pagar el precio de la desigualdad económica, pues ésta -la desigualdad económica- es inevitable y deriva de la desigualdad intrínseca existente entre los seres humanos como individuos. El problema real de las sociedades pobres es la pobreza no la desigualdad.
No se necesita gente pobre para aumentar la riqueza de una nación, se necesita gente rica. Y decir que la gente acá se gasta la plata en “opulencias” es extraño al menos. Santiago es una de las ciudades latinoamericanas con menos helicópteros privados (para transporte de personas digamos). Un bien que seria “opulento”.
La gente con plata en general no la gasta en consumo en general, sino más bien en reinvertir. La reinversión requiere más trabajo y más proveedores que a la vez van a contratar a más gente y así. La mejor de sacar a la gente de la pobreza es agrandando la torta no repartiéndola.
Fuera la discusión esta el hecho también de que si el Estado recauda 10 reparte 1 a los más desposeídos.
La oración:” Porque es evidente que la única forma que existía para, no digamos solucionar, sino para aliviar el sufrimiento que implica el carecer prácticamente de todo, era que los ricos metieran las manos a sus opulentos bolsillos para solventar los gastos de medidas de alcance social.” Es también falsa en ese tiempo digamos 1960 el PIB per capita de Chile era de 532 USD actuales anuales. Si repartiamos eso de los opulentos bolsillos de los ricos se lo aseguro que seguiríamos viviendo con menos de 50USD mensuales (familia de 4 personas 200 USD medio sueldo mínimo?).
Es verdad las generaciones pasadas hicieron sacrificios gigantescos para no consumir esa plata sino que reinvertir, pero los frutos ya se conocen.
(https://datos.bancomundial.org/indicador/NY.GDP.PCAP.CD?end=2017&locations=CL&name_desc=false&start=1960&view=chart)
Interesante evaluar si la clase política hace uso correcto del sacrificio que significa aportar con impuestos al bienestar de terceros. Muy dudable.